viernes, 29 de mayo de 2009

El Barrio

[caption id="attachment_1164" align="alignleft" width="240" caption="Mike Morales en Denali"]Mike Morales[/caption]

Michael Morales acaba de conquistar el Everest, el primer panameño en hacerlo. Mike cuenta con todo mi respeto y admiración. Uno de mis cuñados me preguntó que cuando iba yo para allá. Yo le contesté que Everest no estaba en mi lista. Mi lista incluye Aconcagua y Kilimanjaro, un par de jamones. Mi interés está en el barrio. Me apasiona la geografía local. El conocimiento de mi patio es lo que me atrae. Yo estoy cómodo bajo la lluvia, entre los bichos y el lodo. El frío y la nieve no son mis amigos, yo soy un simple cholo del bosque, mi piel es oscura y mis ojos también.

Déjame bajo el docel del bosque, bajo un cielo de hojas, sudando en la humedad tropical. A mi me gusta ver el agua corriendo libremente. Los ríos congelados se ven hermosos en las fotos... Mi piel necesita del sol, y solamente el 2% de la luz del sol llega al suelo del bosque tropical. Posiblemente sea más luminoso y brillante el cielo de los Himalayas, pero yo necesito esa luz en mi piel. Y en las alturas hay que cubrirse de la inclemencia del tiempo. Eso es muy duro para el campesino.

Yo admiro a Mike, a Iñaki, y a todos los que luchan por conquistar las cimas, pero a mi gustan los ríos, los bosques tropicales, y el calor del sol local. Mis límites están entre Cabo Tiburón, Jaqué, Punta Burica y el Río Sixaola. Entre esos cuatro hitos hay una tierra que me apasiona, y que todavía tiene mucho que ofrecer a mi curiosidad. Si después que la llego a conocer íntimamente me queda lugar, buscaré donde más ir a dar tumbos, como en la piedra de Ayers en Australia, la Barranca de Cobre en México, el Río Futaleufu en Chile, el Maratón de Sables en Marruecos, los 80 kilómetros de los Camaradas en Sur Africa, remar el Caribe, toda Colombia, Baja California, Moab, Yellowstone, Badlands, Yucatán. Bueno, el punto es cuestión de prioritizar la lista e invertir el tiempo donde se obtiene el mayor resultado. Como dice Luis Puleio:

"Máximo ingenio,  mínimo esfuerzo y bajo costo"

martes, 26 de mayo de 2009

De La Mesa a El Cacao

P5232136.JPGEste fin de semana que pasó nos fuimos a caminar desde La Mesa hasta El Cacao. Eramos un gran grupo de buenos amigos, 25 personas, la mayoría corredores del Hash. La ruta que escogimos era exigente, pero casi todos los que venían sabían que podían esperar, y yo estaba seguro que todos podían hacerlo. Hubo excepciones, pero estas no fueron sorpresa. La pasamos muy bien en nuestro recorrido y visité senderos nuevos e inesperados. No salimos exactamente por donde había planeado pasar, pero esa es la belleza de salir a caminar con un plan de vuelo flexible y una buena idea del terreno en la cabeza.

Bajamos por un sendero que parte de La Mesa de El Valle y baja por el filo oeste al Río Indio. En la primera intersección elegimos bajar al Río Las Minas y visitar una poza muy agradable que está a la orilla del sendero. Aprovechamos para tomar nuestro almuerzo al lado del agua, después de darnos un buen chapuzón y compartir unos guariquitiquis (aprovechando que éramos un grupo de adultos parranderos).  Por suerte esta parte de la vecindad del Río Indio todavía está bastante conservada. El sendero del este del Río Indio está siendo arreglado y pronto será un camino de tosca. De hecho, ya era un camino de tosca, pero unos derrumbes lo habían dejado intransitable y estaba regresando a un estado más primitivo y ameno para los caminantes.

Luego visitamos Boca de Las Minas, a donde ya se puede llegar en auto. Con cada año que pasa el campo se hace más pequeño y la civilización le va robando lo rural y agrestre a los moradores. Seguro que para ellos es conveniente y todos tienen derecho al progreso. Pero yo camino para alejarme de todo eso y tener la oportunidad de descomplicar y simplificar mi existencia. Por suerte la señal del celular todavía no ha llegado a este recoveco, pero eso no tardará mucho. De Boca de Las Minas tomamos rumbo este y fuimos a dar a Río Indio Centro, donde pasaríamos la noche. Aprovechamos que al lado de la capilla en Río Indio Centro hay un comedor abierto que nos facilitaba cocinar la cena bajo el resguardo de un techo de paja. Sjef y Teresa nos hicieron una deliciosa cena de pasta con salmón en una salsa rosada que fue vista y desaparecida.

El domingo iba a ser un día exigente. Todo mundo aprovechó la noche para consumir todo lo de peso que había en las mochilas. Temprano en la mañana nos tocaba iniciar el ascenso para cruzar el filo que divide al Río Indio del Río Cirí. Esta ruta nos llevaría a Peñas Blancas, pero primero teníamos que trepar hasta 950 metros de altura. Nos pasamos toda la mañana subiendo lomas, y sudando, y jadeando. Pero el premio de todo ese esfuerzo eran unas vistas espectaculares que nos permitían ver claramente todo el terreno que habíamos cubierto en el día anterior. Muchos maldecían en la subida cuando el peso de su mochila los tenía contra el piso. Pero estaba seguro que luego vendrían sonrisas de satisfacción. Una cantina nos esperaba en Cirí Grande, con pintas frías y una rockola.

En todo el espinazo de Peñas Blancas hay un bosque de altura que es una belleza. Es principalmente por la experiencia de atravesar este bosque que este paseo me encanta. Hay que trepar mucho cerro para llegar a ese bosque que está a más de 900 metros de altura. Pero esta mayormente intacto el bosque. No nos toco una nube en la cima, que hubiese sido lo ideal. Durante la caminata hacia Peñas Blancas, la cima de Cerro Negro y Cerro San Andrés estaba dentro de las nubes, pero cuando nosotros llegamos, cerca del medio día, las nubes se habían disipado. Esta subida separó el grupo y los lentos quedaron muy rezagados. Los que íbamos por delante coronamos el paso hacia Peñas Blancas y paramos cuando llegamos nuevamente a donde podíamos abastecernos de agua. Ya casi todos nos habíamos quedado secos.

Cuando la cola volvió a unirse con nosotros ya era hora de almorzar. Nos comimos nuestro almuerzo gozando de la vista desde unos 700 metros de altura. El Cerro Cirí se veía claramente al frente. Este cerro tiene una forma muy particular y se puede identificar claramente en el mapa. Donde nos detuvimos, al lado de un tanque de alivio de presión para un tubería de agua, estaban reforestando con especies nativas. Los moradores nos ofrecieron naranjas y marañones que estaban en su punto. Todavía nos faltaba un gran descenso hacia Cirí Grande y al poco rato inició la lluvia. Nuevamente nos pusimos en movimiento antes que el agua hiciera más difícil la bajada. A mi me encanta bajar rápido por las pendientes, que es casi como esquiar por la tierra. Además encuentro que hay menos riesgo de caerse si uno mantiene una actitud dinámica sobre el terreno.

Los que íbamos por delante fuimos dejando algunas marcas para que no se perdieran los que prefieren bajar cautelosamente. Nos bañamos en el Río Cirí y seguimos hacia una cantina donde podíamos esperar al resto del grupo refrescados con unas pintas heladas. Además el aguacero se puso intenso y en el rancho podíamos esperar secos y contentos. Ya solamente nos quedaba un lomón por subir para y un par de horas de camino para llegar al Cacao. Un buen paseo...

viernes, 22 de mayo de 2009

Guías de Bolsillo

[caption id="attachment_640" align="aligncenter" width="300" caption="Guía de Bolsillo"]Guía de Bolsillo[/caption]

En la tienda de STRI tienen la colección completa de las guías de bolsillo de Panamá. Estas guías son excelentes para cargarlas en el auto y llevarlas en las caminatas para poder reconocer lo que se ve en el campo. Ahora mismo tienen la colección completa de las guías. Vienen plastificadas y son a prueba de agua.

martes, 19 de mayo de 2009

Mochilas

Hace unos momentos estaba pensando sobre mochilas y su evolución. Pronto quedé pensando solamente en las mochilas. Y luego pase a hacer una recolección de mis mochilas, las que tengo aún, y las que he usado a través de muchos años. Esto comenzó en parte por que recordé unas imágenes que estaba viendo en mi computadora, entre las cuales tenía unas fotos viajes de caminatas de hace muchos años. Una de esta era una foto de nuestra caminata de Panamá a El Valle de Antón en 1976. Recuerdo muy bien la mochila que usé en esa caminata de hace más de 30 años, 33 años para ser precisos.

Esa mochila, una Kelty de marco externo, la usé por muchos años y me acompaño en unas aventuras épicas. La más grande fue una caminata de 21 días cruzando Darién desde el Caribe hasta Santa Fe de Darién. Bajamos por el Río Subcutí, el cual recuerdo como si fuera ayer. La mochila me sirvió muy bien, pero el marco molestaba cuando se enredaba con la vegetación de la selva. Pero era cómodo cargar ese marco en la espalda. Luego me llevé esa mochila en una caminata de 7 días por el Cañón del Colorado, por la plataforma de Tonto. Ese viaje lo caminé sólo, íngrimo. Y luego tuve muchos viajes más con esa mochila. Pero justo después del viaje del Colorado compré una mochila de marco interno que aún conservo.

Esa segunda mochila también me acompañó en muchos viajes, incluyendo una caminata desde El Valle hasta la Boca de Río Indio, en 1984. Ibamos Juan Antonio de la Guardia y mi hermano Rogelio en esa caminata que nos tomó 5 días. Terminamos presos en Colón al fina de la caminata. Ese es un buen cuento... Pero además de ese viaje me acompañó en muchos viajes de selva. Era una gran diferencia usar esa mochila en la selva, comparada contra la Kelty que se trababa con todas las lianas en el camino. Esa mochila celeste era cómoda, liviana, y fácil de empacar. Era una precursora de las mochilas ultra-livianas. Pero tenía una cremayera inmensa que daba fácil acceso a todo el contenido de la mochila. Esto la hacía muy dada a permitir que todo se mojara con facilidad. Tampoco amarraba muy bien la carga que llevaba, que tendía desparramarse dentro de la mochila.

A esa mochila la seguí con una Mountainsmith Frostfire, una gran mochila que aún conservó (al igual que la anterior). La Mountainsmith era una mochila galardoneada en su tiempo. Era robusta, cómoda y estable - una bestia de carga que aguantaba lo que le metiera. Yo fui el que eventualmente reventó con tanto peso. Después de muchos excelentes viajes, incluyendo dos cruces adicionales de Darién (por el Río Tacartí y Membrillo), un tremendo viaje por El Real, Rancho Frío, Boca de Cupe, Cruce de Mono y Cana, también en Darién. Con esa mochila conocí a mi esposa. De hecho estrené esa mochila en el viaje donde la conocí (nuevamente) caminando desde Boca de Río Indio hasta el Valle, 4 días. Esa mochila la pedi en REI en 1991. Lo recuerdo por el número de REI que aún tengo 1991872. Supongo que yo era el miembro 872 de 1991. Esa mochila me ha llevado hasta Aconcagua.

Luego, en Las Vegas, compre una mochila compacta y liviana, una Ultimate Direction que nunca usé mucho. La mochila recorrió mucho camino, solamente que no sobre mi espalda. Al igual que todas mis otras mochilas, siempre la prestaba a los que me acompañaban en caminatas pero que no tenían equipo propio. Ya no suelo prestar mucho mi equipo ya que he perdido muchas cosas de esa manera, incluyendo una mochila militar ALICE II (All-Purpose Light Carrying Equipment era su nombre completo para el ejercito americano) que ya no tengo. Pero no extraño esa mochila para nada. Era pesada e incómoda, pero también era mía. Y también tengo fotos de esa mochila, y de quien aún la debe tener.

Eventualmente vino el Eco-Challenge de Fiji y los requisitos de las carreras de aventuras me abrieron la mente a un estilo ultraliviano. Había que empacar lo menos posible para poder moverse rápido en la carrera. Dos mochilas sirvieron ese propósito: una Dana Designs Racer-X y una Golite Speed. Las dos son excelente mochilas por su minimalismo y poco peso. La Golite resultó ser poco resistente por que su material muy liviano también era poco resistente a la abrasión. La Racer-X salió más longeva y la he usado en varios Retos del Indio. Me encanta su versatilidad. Es un marco pequeño al que se le coloca una bolsa impermeable del tamaño necesario para la aventura del día, del fin de semana, o del mes. Una excelente mochila que uso con frecuencia. Pero la heredera de mi actual devoción es la Golite que actualmente uso.

El año ante-pasado me compré una Golite Jam2, de la que ya he escrito anteriormente. Esta mochila pesa solamente 22 onzas y me permite cargar los que necesito para grandes aventuras. Y ahora que casi he reemplazado todo mi equipo de acampar por versiones minimalistas y livianas, camino con la mitad, o menos, del peso que antes solía cargar. Como llevo menos peso, ahora puedo recorrer el doble de lo que antes recorría y hacerlo cómodamente. Ahora no pienso nada en recortar viajes de 4 días a 2 días, o menos. Y no es que me tenga que matar para recorrer más distancia. Con poco peso en la espalda se hace fácil recorrer 30% más de distancia con mucho menos esfuerzo que antes. Como ahora uso zapatillas en vez de botas, me puedo mover con rapidez y comodidad. 

Con la excepción de la Kelty y la Alice, tengo todas las mochilas que he mencionado en este escrito: la Backcountry, la Mountainsmith, la Ultimate Direction, la Golite Speed, La Racer-X y la Golite Jam2. 6 mochilas que guardan muchos recuerdos compartidos con buenos amigos por muchos senderos y a través de muchos años.

Caminar Bajo Lluvia

Ya está lloviendo a cántaros de manera regular. Este fin de semana vamos un grupo grande a una caminata detrás de El Valle. De seguro que nos lloverá durante nuestro viaje. Estar cómodo bajo la lluvia es solamente cuestión de seguir unos cuantos pasos, algunos para estar cómodo durante la caminata, y otros para dormir bien.

Lo más importante durante la caminata es un sombrero que mantenga la lluvia fuera de los ojos. Lo próximo es usar ropa que no absorba mucha agua. El algodón, especialmente en los pantalones, es completamente inapropiado para días lluviosos. Otro punto importante es estar vestido de manera que uno pueda controlar la temperatura del cuerpo durante la caminata. Mientras se camina es posible que uno esté suficientemente caliente para que no pase frío, pero cuando está lloviendo muy duro el cuerpo se enfría rápidamente durante cualquier parada. Es importante tener algunas capas que sean fácil de poner y quitar.

Para poder pasar una buena noche hay que mantener la ropa de dormir seca. Esto requiere que esté bien empacada. Hay que asegurarse de mantener seca la bolsa de dormir, la ropa de dormir, y cualquier comida que se dañe si se moja (como chocolate caliente, sobres de avena, etc.). También es bueno revisar la impermeabilidad de cualquier techo que se vaya a usar, como el techo de la hamaca, o el techo de la tolda. Es importante revisar las costuras, que es por donde típicamente se forman las goteras.

lunes, 11 de mayo de 2009

Darién en Tren

Por supuesto que no hay ningún tren a través del Darién, ni lo habrá en el futuro cercano. Darién es uno de los temas más visitados en este sitio, y es poco lo que hay escrito al respecto. Pero recientemente estaba viendo fotos de viajes que he hecho y entre ellas habían varias fotos del Darién. Me estaba preparando para una presentación que hice a la Sociedad Histórica de Panamá. Revisando, además, algunos documentos viejos encontré una carta de un jóven que cruzó el Darién en los 90 y luego me envió una carta breve describiendo su viaje.

De todo lo anterior resultó que decidí dejar por escrito una idea que tengo desde hace mucho tiempo: la mejor forma de cruzar el Darién sería en tren. Un tren cumpliría con la idea de unir Norte América, Centro América y Sur América por una vía terrestre. A la vez, un tren minimizaría el impacto que se tendría sobre el bosque, sus moradores, y otros inconvenientes que acompañarían la construcción de una vía terrestre a través del Tapón del Darién. Junto con las carreteras va una migración humana necesaria para mantener el transporte terrestre en funcionamiento: hoteles, gasolineras, restaurantes, y mercados. Todos estos negocios requieren de tierra, y la gente que los atiende también.

Un tren que no haga paradas entre sus terminales: Yaviza y Travesía (Puente América) eliminaría la migración humana masiva, tendría el menor impacto sobre el bosque tropical, y limitaría enormemente el movimiento a través del Parque Nacional Darién. Podrían haber paradas especials para los moradores de Boca de Cupe, Púcuro, Paya y otros pequeños asentamientos de indígenas en el camino del tren. Este tren puede seguir la ruta trazada actualmente para la propuesta Vía Interamericana. Una propuesta como esta debería levantar menos objeciones de parte de muchos grupos, como los ambientalista, los ganaderos y otros opuestos a que se abrá este tramo de la Interamericana.

viernes, 8 de mayo de 2009

Búsqueda

Canadiense, haciendo su doctorado, 5’ 8”, 30 años…


 

El lunes 3 de febrero de este año recibí una llamada del señor Howard Wenzel, Presidente de Ecotours, preguntándome si estaría interesado y dispuesto a montar una búsqueda de un joven que se había extraviado cruzando la selva del Darién, solo, camino a Colombia. Luego de breve conversación le dije que en principio estaba interesado y que mandara toda la información pertinente para poder analizar lo que podía hacer. En la tarde ese día llegó el fax con la información de Stephen Berkowitz: canadiense, haciendo su doctorado, 5’ 8”, 30 años, etc.

El joven Berkowitz llegó a Panamá para viajar a Colombia vía la siguiente ruta: Panamá – Yaviza – Boca de Cupe – Púcuro – Paya, en donde cruzaría la frontera con Colombia, pasando por Palo de Letras (un hito fronterizo), para llegar a Cristales. Una vez en Colombia, su recorrido sería Cristales – Bijao – Puente América, bajando por el Río Cacarica hasta llegar al hasta llegar al Río Atrato – Turbo – Cartagena – Canadá. Stephen tenía reservaciones para salir de Cartagena el día 24 de enero, hacía ya 10 días. Ya se estaba organizando un equipo que iría a buscarlo en Darién para ver si le había pasado algo en la selva panameña, pero no había forma de organizar lo mismo por el lado colombiano. El tiempo era de la mayor premura y cada día había menos posibilidades para el señor Stephen Berkowitz. ¿Qué hacer?

Hacía unos meses, (yo) había estado por Capurganá, Colombia, en la costa Atlántica, cerca de la frontera, buscando una ruta para cruzar el Darién caminando. En ese viaje sobrevolamos el área donde ser perdió Berkowitz y tenía fresca en mi mente la imagen del gran Río Atrato, la ciénaga de Unguía y toda la plataforma aluvial de la región. Desde entonces quedé prendido con la idea de hacer un viaje para visitar el área y conocer de cerca el Tapón del Darién, vivir unos días en esa exuberancia de flora y fauna que le dan fama. Al menos ya sabía cómo llegar al área donde se había perdido el canadiense y podía hacerlo con bastante prontitud. El martes en la mañana fui al Instituto Tommy Guardia a buscar mapas de la región, para saber donde quedaban los caseríos de Cristales y Bijao, el parque Los Katíos y la mejor forma de acceso al área en la que iba a concentrar la búsqueda. Fue poco lo que encontré, pero suficiente para llegar sin problemas, con una idea del tiempo que me tomaría hacer todo el recorrido hasta la frontera – saliendo desde Turbo. Esa misma mañana hice reservaciones a Medellín y averigüé el horario de Aces a Turbo. Estimaba que me podría tomar una semana llegar hasta Colombia, caminar hasta la frontera, ida y vuelta, y regresar a Panamá. Con todas las variables en perspectiva, había llegado a la hora de tomar una decisión: ¿Iría a buscar a Stephen Berkowitz?

Estar en la selva me ha llenado el espíritu de bienestar y paz; es un lugar especial en mi interior. Estar rodeado de toda esa abundancia de vida me hace sentir alerta, conectado con el medio, feliz de estar en esta tierra. Lo anterior es suficiente para motivarme al viaje a Colombia. Siguiendo con la introspección, si ahora me toca a mí ir a buscar a una persona perdida en la selva, pues que así sea. En su momento es posible que exista alguien que haga lo mismo por mí. La respuesta fue “sí” desde un principio.

El miércoles en la mañana estaba en un avión. No tuve mucho que empacar, sólo un poco de ropa, pues la mochila siempre está lista para partir con todo lo que pueda necesitar para un viaje de este tipo. Apenas llegué comencé a preparar lo necesario para llegar a la frontera con Panamá en búsqueda de Stephen Berkowitz: boleto de avión a Turbo, mapas del área, los permisos necesarios, hablar con las autoridades del gobierno que pudiesen dar apoyo. Desafortunadamente, ya eran las cuatro de la tarde cuando llegué a Medellín y no había mucho que se pudiera hacer con el gobierno a esa hora. Hice reservaciones para el jueves en el vuelo de las cuatro de la tarde para Turbo con la esperanza de poder hacer todo lo necesario entre la mañana y las tres de la tarde del jueves.

El jueves a primera hora estaba en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi consiguiendo los mapas topográficos del área. Tuve que ir a la 4ta Brigada Militar y conseguir la autorización para obtener los mapas, muy cuidados para evitar que caigan en manos de guerrilleros. Luego al INDERENA (Instituto de Recursos Naturales) para averiguar sobre el parque Los Katíos. Afortunadamente, logré contacto con el Ing. Francisco Giraldo, director del Parque en Turbo, quien me estaría esperando al llegar a Turbo esa tarde. En el ínterin el Ing. Giraldo haría lo posible por conseguir información sobre las personas que habían visitado el parque en el último mes, con la esperanza de que Berkowitz fuese uno de ellos. Fuera de lo anterior, todo lo demás que pudiera hacer estaba en Turbo ya que las autoridades de Medellín tienen poca relación con las de la costa. Además, Turbo es parte de otro departamento político.

El jueves en la tarde, volando en un Twin Otter a Turbo, veía como cambiaba el paisaje mientras bajaba de Medellín, en las montañas, hacia la costa atlántica. ¿Qué iría a encontrar? ¿Qué suerte habría corrido Stephen Berkowitz?

Turbo es un poblado fronterizo por donde entra la mayoría del contrabando que sale de la Zona Libre de Panamá hacia Colombia. Es famoso por ser tierra de nadie, el que se mete en problemas con la ley sólo tiene que perderse en el tapón del Darién y más nunca lo encuentran. A Turbo también llega toda la madera que sale de la región y el banano de las grandes plantaciones que lo rodean. El vuelo desde Medellín tomó sólo una hora.

La conversación del jueves en la tarde con el Ing. Giraldo fue breve. Lo más importante que averigüé fue que en efecto el Sr. Berkowitz había entrado al Parque Los Katíos el 18 de enero y se había registrado en la estación de Cristales, su punto de entrada a Colombia según su itinerario. Nunca llegó a Bijao, que habría sido su próxima parada según manifestó a los guardias del parque en Cristales. Sabiendo que Berkowitz había entrado a Colombia, dediqué todo el viernes a buscarlo por las pensiones, los hostales, la policía, el ejercito, migración, etc. El nombre de Stephen Berkowitz no apareció en ningún registro, ni legal, ni de alojamiento y ninguna de las personas con quien hablé recordaba haber visto a alguien parecido al de la foto que les mostraba.

Stephen Berkowitz no tomó la ruta más recorrida de Cristales a Bijao, que es por piragua, sino que optó por caminar por un trillo que está fuera del parque. Era obvio que algo le pasó en ese camino. Lo único que quedaba era ir al último lugar en donde se le había visto y tratar de seguir sus huellas. Para ese propósito, el Ing. Giraldo puso a disposición los botes y el personal del parque para que me llevaran y acompañaran. Sólo pidió que pagara la comida y la gasolina, ¿qué menos podía pedir? Ese mismo viernes compré todos los víveres necesarios para tres o cuatro días de viaje por el río.

El sábado a las 8 de la mañana me encontré en la puerta del hotel con Bernardo Castellanos, Jefe de Guardabosques de la Intendencia del parque en Sautatá, donde se encuentra la instalación principal de Los Katíos. El señor Castellanos me llevaría río arriba hasta Cacarica, donde cambiaríamos de bote para una piragua que pudieses seguir subiendo río arriba hasta Bijao. Finalmente estaba cerca de Berkowitz y de la selva que tanto me intrigaba. Ibamos hacia el punto más remoto de la frontera entre Panamá y Colombia. Un punto que queda precisamente entre la frontera que se extiende desde el Pacífico hasta el Atlántico, el hito fronterizo de Palo de Letras. En Palo de Letras no vive nadie: el escudo de Panamá, el de Colombia, las coordenadas exactas del punto en el planeta Tierra y el nombre de los organismos que lo colocaron.

A medida que nuestra embarcación se alejaba del muelle, un sobrecogimiento me embargaba, el mismo que había sentido anteriormente cuando me encontraba en lugares y rumbos desconocidos. Es posible que Stephen Berkowitz hubiese sentido lo mismo cuando se montó en la piragua que lo llevaría por el río Tuira hacia su destino. Un sentir de afinidad me amarraba a Stephen Berkowitz, a quien ya había estado buscando por tres días. El río Atrato, al que llegamos después de cruzar el golfo de Turbo, es un río inmenso que corre paralelo a la frontera de Panamá y Colombia. El río tiene un promedio de 400 metros de ancho y tiene hasta 60 metros de profundidad en ciertas partes. A medida que navegábamos río arriba, pude ver aves acuáticas que nunca antes había observado en Panamá. Realmente estaba en otra región del mundo, estaba en todo el centro de la zona de convergencia intertropical.

A la una de la tarde llegamos al río Perancho, al que se le unen como afluentes los ríos Cacarica y Cristales, los cuales prácticamente nacen en la frontera. Ahí cambiamos a una piragua pequeña, con un motor de nueve caballos. Conmigo se montó Chimbi, quien venía en la lancha y me acompañaría todo el viaje. Poco después supe por qué decían que Chimbi era más conocido que la plata en ese río, por donde pasábamos todos lo conocían. En esta época del año, cuando no llueve mucho, el río Perancho se cubre con plantas flotantes y navegarlo es como andar por un río de hierba. Hay una abundancia de gallinuelas y otras aves que viven y se alimentan sobre las plantas acuáticas que cubren la superficie. Depredando sobre todos estos pequeños pájaros están toda clase de gavilanes, halcones y águilas. Pude ver más de una docena de distintas aves rapaces en las orillas del río.

Mientras navegábamos río arriba y nos adentrábamos más en la selva, las orillas del río iban cambiando y los árboles iban creciendo en tamaño hasta que sus copas se topaban sobre el río, sin dejar que el cielo se viera sino por pequeñas aberturas entre las ramas. Este río iba, literalmente, merodeando entre los árboles, y Chimbi, al frente de la piragua, necesitaba de la palanca para ayudar al motorista a navegar entre los troncos y seguir todos los giros que hacía el cauce del río. A este punto, la intromisión de la selva sobre uno puede ser sobrecogedora: la vegetación le entra a uno por todos los sentidos, lo toca a uno, lo envuelve, está por doquier: arriba, abajo y a los lados. Ya el río tiene menos de un pié de profundidad. A veces hay tantos insectos, en especial cuando pasamos sobre un parche de hierba, que se hace difícil respirar sin tragarse uno que otro. El paraje es realmente silvestre.

Sin avisar, el borde derecho del río se abrió y nos encontramos con plantaciones de arroz. Ya estábamos cerca de Bijao y la orilla que estaba talada estaba fuera del control del parque. El fondo del río cambió a piedras y se volvió más hondo, facilitándose su navegación. Llegamos temprano en la tarde y pronto conocí a todo el personal de la estación. Cada cabaña del parque tiene un generador de electricidad que encienden todas las tardes a las seis y apagan a las nueve de la noche, una nevera de gas mantiene las carnes y los vegetales frescos y tanques de agua completan la instalación. Todos los puestos se comunican diariamente por radio VHF. La razón de ser del parque Los Katíos es servir de barrera para evitar que la fiebre aftosa entre al continente norteamericano.

Durante la noche del sábado en Bijao y hablando por radio conseguí los últimos detalles de lo que se sabía de Stephen Berkowitz. Básicamente, él salió de Cristales, rumbo a Bijao, el 18 de enero a las 7 de la mañana y nunca llegó. Al día siguiente saldríamos a caminar la trocha que él debió haber recorrido para ver qué encontramos. Ya hacía 21 días desde que Berkowitz salió de Cristales, eran pocas las esperanzas de encontrarlo, pero algún rastro debía haber dejado y no había llovido desde entonces. En su recorrido debió haber cruzado varias quebradas y sus huellas debían ser fáciles de distinguir en la tierra suave y húmeda.

El domingo a las y de la mañana estábamos en el trillo que nos llevaría a Cristales. Este sendero se  mantendría al lado derecho del río Cristales, fuera del parque, hasta llegar a la estación del parque. El camino está claramente marcado, una trocha de 3 metros de ancho y el piso está cubierto de hojas secas. Todos tenemos en la mente nuestras ideas acerca de qué encontraríamos en ese camino. Siempre que conversamos entre nosotros mostramos algo de optimismo, pero siempre queda esa nota que dice que es imposible que lo encontremos vivo si está en el camino. Tenemos que recorrer unos 15 kilómetros, aproximadamente unas cuatro horas al paso que llevamos. La selva que nos rodea es seca, no ha llovido desde noviembre, pero todos los árboles están verdes y frondosos. Hay cuipos de más de 35 metros de altura por todos lados, una selva bastante virgen.

A pesar de escudriñar el camino durante nuestro recorrido, ni una sola pista sale a relucir, no hay más que huellas de animales en los lugares donde el trillo cruza los ríos. Ninguna otra persona ha recorrido el trillo de Bijao a Cristales en mucho tiempo, meses. En varios lugares, ya cerca de Cristales, encontramos varios árboles caídos, el último de ellos como a un kilómetro de la estación. Este árbol había caído justo en una intersección donde el sendero se divide en dos, un brazo va hacia Bijao y el otro va hacia el río Cube. En este árbol tuvimos que sacar los machetes y volver a abrir la trocha. Definitivamente que nadie ha pasado por este tramo en meses.

Poco después llegamos a la estación de Cristales, donde nos recibieron los Guardaparques que habían registrado a Berkowitz en el libro de visitantes del parque. Al llegar al río nos detuvimos a descansar, bañarnos y quitarnos las garrapatas. El canadiense había llegado a la estación acompañado por dos indios a quienes pagó para que lo guiaran, pasó la noche en la misma cabaña en la que estábamos y al día siguiente, temprano, partió caminando por el mismo trillo que veníamos de recorrer nosotros. Esa tarde la pasamos oyendo historias de personas perdidas anteriormente. Una de ellas se pasó perdida 18 días, sin comida, antes de lograr regresar a la cabaña. Al día siguiente, con calma, iniciaría mi retorno hacia la civilización.

Stephen Berkowitz nunca apareció. Hubieron falsas alarmas sobre su paradero. Una de ellas se originó a causa de un alemán excéntrico que llevaba varias semanas de estar viviendo solo, desnudo, en el río Tuira, cerca del Balsal. Otra provino de un grupo de guerrilleros disidentes del M-19 que decían haberse encontrado este señor perdido en la selva y querían cambiarlo por armas. De todas estas pistas nunca salió nada y Berkowitz sigue perdido.

Por Irving Bennett


Publicado en la Revista Década en 1991 o 1992.